“La fe en común”

“La fe en común”

Mateo 9, 1-8

En aquel tiempo, subió Jesús a una barca, cruzó a la otra orilla y fue a su ciudad. Le presentaron un paralítico, acostado en una camilla. Viendo la fe que tenían, dijo al paralítico: —¡Animo, hijo!, tus pecados están perdonados.

Algunos de los letrados se dijeron: —Este blasfema.

Jesús, sabiendo lo que pensaban, les dijo: —¿Por qué pensáis mal? ¿Qué es más fácil decir: «tus pecados están perdonados», o decir «levántate y anda»? Pues para que veáis que el Hijo del hombre tiene potestad en la tierra para perdonar pecados —dijo dirigiéndose al paralítico—: —Ponte en pie, coge tu camilla y vete a tu casa.

Se puso en pie, y se fue a su casa.

Al ver esto, la gente quedó sobrecogida y alababa a Dios, que da a los hombres tal potestad.

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Es evidente que nuestra fe personal la vamos administrando en la medida que deseamos expresar aún más el amor a Dios, realizando actos concretos ante un ser que no vemos físicamente pero que se manifiesta a través de miles de situaciones que sin dudar nos hablan y habla de Él.

La fe personal es muy importante, pero lo es aún más cuando la hacemos comunitaria, cuando la expresamos junto con los demás, ya que se transforma en una unidad tan fuerte capaz de llegar más eficazmente a Dios, por ello la oración en grupo o en asamblea habla de un compromiso además del personal, con la comunidad en turno.

Pero la fe en común también obra milagros como lo vemos en el evangelio, dónde no tan sólo la de aquel paralítico es manifiesta, sino también la de aquellos que incluso son capaces de hacer un boquete por el techo para llevarlo hasta Jesús.

Es por ello que vale la pena poner y pedir la fe en común, porque unes tu voz a la de otros tantos mas para elevarla hacia Dios dónde con claridad seremos escuchados y los demás a su vez orarán por ti.

“¿De dónde viene el mal?”

“¿De dónde viene el mal?”

Mateo 8, 28-34

En aquel tiempo, llegó Jesús a la otra orilla, a la región de los gerasenos. Desde el cementerio dos endemoniados salieron a su encuentro; eran tan furiosos que nadie se atrevía a transitar por aquel camino. Y le dijeron a gritos: —¿Qué quieres de nosotros, Hijo de Dios? ¿Has venido a atormentarnos antes de tiempo?

Una gran piara de cerdos a distancia estaba hozando. Los demonios le rogaron: —Si nos echas, mándanos a la piara.

Jesús les dijo: —Id.

Salieron y se metieron en los cerdos. Y la piara entera se abalanzó acantilado abajo y se ahogó en el agua. Los porquerizos huyeron al pueblo y lo contaron todo, incluyendo lo de los endemoniados. Entonces el pueblo entero salió a donde estaba Jesús y, al verlo, le rogaron que se marchara de su país.

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Solemos identificar al mal como un ente concreto que sabemos acercarse a aquellos que malamente lo solicitan, o a quienes desea truncar el plan de santidad en el camino hacia el Señor Nuestro Dios. A su vez ubicamos lugares dónde explícitamente se trafica o se vive mal. Pero no significa que tan sólo ahí esté el mal.

Tenemos que considerar que el mal es tan sagaz que incluso se presenta dentro del bien que conocemos, no es ajeno incluso a lo sagrado porque sabemos que conoce a Dios pero no lo ama y lo rechaza con todo su ser, por lo que puede estar presente incluso a tu lado en la misma iglesia, no porque sea su lugar, sino porque nosotros hasta allá se lo permitimos con nuestro antitestimonio, así como con nuestras envidias, odios y críticas, sobre todo cuando perdemos la paz y la esperanza haciendo las cosas por rutina y por imagen exterior.

Ahí es donde hace más daño porque está disfrazado, los lugares de mala muerte, esos los identificamos, pero las hipocresías y las falsas apariencias a veces no, y es que cuando se hacen presentes como el mismo evangelio lo proclama en los endemoniados, vienen de un medio ya corrupto, ya viciado, ya vienen empapados en este caso de aquel lugar de muerte, el cementerio.

A veces nosotros somos los que estamos en ese medio ya fermentando nuestra alma y corazón a la corruptibilidad, dejándonos envenenar incluso con pláticas afables de insidias contra los demás, pues por ahí viene el mal, de tu propio corazón cansado y agobiado, ya vulnerable y ganado por el maligno, por lo que no lo esperes que te llegue de repente de la nada para asustarte, pero sí ten miedo cuando ya lo hagas tuyo y no te des cuenta de ello, porque ahí ya llegó para quedarse. De ahí viene el mal, de tu corazón y el mío, si es que no lo cuidamos y lo dejamos contaminar.

«San Pedro y San Pablo»

«San Pedro y San Pablo»

Mateo 16, 13-19

En aquel tiempo, llegó Jesús a la región de Cesarea de Felipe y preguntaba a sus discípulos: –¿Quién dice la gente que es el Hijo del Hombre?

Ellos contestaron: —Unos que Juan Bautista, otros que Elías, otros que Jeremías o uno de los profetas.

El les preguntó: —Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?

Simón Pedro tomó la palabra y dijo: —Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo.

Jesús le respondió: —¡Dichoso tú, Simón, hijo de Jonás!, porque eso no te lo ha revelado nadie de carne y hueso, sino mi Padre que está en el cielo. Ahora te digo yo: Tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, y el poder del infierno no la derrotará. Te daré las llaves del Reino de los Cielos; lo que ates en la tierra, quedará atado en el cielo, y lo que desates en la tierra, quedará desatado en el cielo.

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Festejamos en este día a dos grandes pilares de la Iglesia, los cuales han sido depositarios de la confianza de Dios para llevar a cabo dentro del plan de Dios su obra a través del tiempo. Personajes que conociendo las circunstancias de su tiempo saben aprovecharlas a tal grado de no limitarse a su espacio y localidad. 

Hombres que saben mirar más allá, que su experiencia de vida cercana a jesús en el caso de Pedro y de profunda conversión en el caso de Pablo, fueron el complemento que Dios utilizó para llegar a la plena difusión de la Palabra de Dios, así como la justa Guía de la Iglesia naciente.

Se les llama pilares por su profunda doctrina que incluso en momentos difíciles al interno de la comunidad de los cristianos han puesto en claro los principio y fundamentos siempre en miras a la verdad, sin descartar pero tampoco sin entrar en confusión con el Judaísmo del cual proceden como una etapa en la misma historia de la salvación.

Hombres valientes, entregados, con sus defectos, pero al final, santos, no por lo que son, sino por lo que llegaron a crecer y ser a los ojos de Dios, basados sobre todo en el amor y fidelidad a Nuestro Señor Jesucristo.

Pidamos su protección y guía para obtener algo de su sabiduría, entrega, valentía y santidad.

“…Deja que los muertos entierren a sus muertos»

“…Deja que los muertos entierren a sus muertos»

Mateo: 8, 18-22

En aquel tiempo, al ver Jesús que la multitud lo rodeaba, les ordenó a sus discípulos que cruzaran el lago hacia la orilla de enfrente. En ese momento se le acercó un escriba y le dijo: «Maestro, te seguiré a dondequiera que vayas». Jesús le respondió: «Las zorras tienen madrigueras y las aves del cielo, nidos; pero el Hijo del hombre no tiene en donde reclinar la cabeza». Otro discípulo le dijo: «Señor, permíteme ir primero a enterrar a mi padre». Pero Jesús le respondió: «Tú sígueme y deja que los muertos entierren a sus muertos».

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El seguimiento de Jesús de manera permanente, como aquellos que consagran toda su vida dedicada a ello, no es para todos, porque Dios en su infinita misericordia ya tiene un plan perfecto, preparado para cada uno de nosotros, plan que debemos de ir descubriendo en el transcurso de nuestra vida para responder, cuando en la mayoría de los casos ya estamos donde el Señor pretende que demos frutos.

Y es que no se trata de una moción sentimental que se da de manera circunstancial, en este caso al paso de Jesús quien mueve corazones, sino que su presencia debe remarcar la misión de cada uno de nosotros como sus discípulos e hijos de Dios, donde en nuestras labores y a través de ellas, viviendo el Reino de Dios, haremos un ambiente excelente para santificarnos y disponer nuestros dones a dar frutos, todo por la gracia que Jesús brinda y comparte.

Por eso, esas llamaradas de petate tan efusivas y llenas de sentimiento en su momento, con los hechos y las labores así como las renuncias personales que conlleva el seguimiento, se pierden en aquellos que al momento no le encuentran sentido a esa forma de vida dedicada a Dios. Cuando los ánimos bajan, nos encontramos nuevamente con nosotros mismos y lo que queremos en la vida. Que de suyo ya es una bendición de Dios, donde realmente sabremos que nuestra misión es otra.

De igual manera, es una bendición cuando directamente el Señor llama, porque sabe a quién le ha preparado su corazón para ello y quiere que responda con los dones ya otorgados.

 Pero si los dones son para otra área del Reino de Dios, es ahí donde Dios los ha dispuesto para complementar su obra, con tu propia manera de ser en conciencia de Discípulo que sigue participando del llamado, pero desde el lado del testimonio ordinario de la vida.

Habrá quien quiera seguirlo como en el evangelio, pero si esa no es su vocación, no responderá con alegría, ahí es mejor que siga donde está porque desde ahí se santificará, habrá otros que son llamados a responder cerca del Señor, y no lo harán, pretextos siempre pondremos, como lo hace quien le dice que le permita enterrar a su padre, a lo mejor un pretexto excusándose de una no tan necesaria labor, porque por algo lo llama, Dios sabe lo que dejará y también lo que podrá realizar en adelante.

La respuesta: “deja a los muertos que entierren a sus muertos” precisamente se refiere a que si el Señor te ha llamado a transmitir esa vida nueva, deja a aquellos que no lo desean seguir, se encarguen de esos detalles como un funeral, que cualquiera lo puede hacer.

El Señor te llama, a todos sin excepción, síguelo dondequiera que estés, y si es más de cerca, es una bendición especial a unirte precisamente a su pasión y misión, el resto no te preocupe que ya lo tiene contemplado y está todo en sus manos. Tú síguelo. 

«¿Milagros Anónimos?»

«¿Milagros Anónimos?»

Marcos 5, 21-43

En aquel tiempo, Jesús atravesó de nuevo en barca a la otra orilla, se le reunió mucha gente a su alrededor, y se quedó junto al lago. Se acercó un jefe de la sinagoga, que se llamaba Jairo, y, al verlo, se echó a sus pies, rogándole con insistencia: —Mi niña está en las últimas; ven, pon las manos sobre ella, para que se cure y viva.

Jesús se fue con él, acompañado de mucha gente que lo apretujaba. Había una mujer que padecía flujos de sangre desde hacía doce años. Muchos médicos la habían sometido a toda clase de tratamientos, y se había gastado en eso toda su fortuna; pero en vez de mejorar, se había puesto peor. Oyó hablar de Jesús y, acercándose por detrás, entre la gente, le tocó el manto, pensando que con sólo tocarle el vestido curaría. Inmediatamente se secó la fuente de sus hemorragias, y notó que su cuerpo estaba curado. Jesús, notando que había salido fuerza de él, se volvió enseguida, en medio de la gente, preguntando: —¿Quién me ha tocado el manto?

Los discípulos le contestaron: —Ves como te apretuja la gente y preguntas: «¿Quién me ha tocado?»

Él seguía mirando alrededor, para ver quién había sido. La mujer se acercó asustada y temblorosa, al comprender lo que había pasado, se le echó a los pies y le confesó todo. El le dijo: —Hija, tu fe te ha curado. Vete en paz y con salud.

Todavía estaba hablando, cuando llegaron de casa del jefe de la sinagoga para decirle: —Se ha muerto. ¿Para qué molestar más al maestro?

Jesús alcanzó a oír lo que hablaban y le dijo al jefe de la sinagoga: —No temas; basta que tengas fe.

No permitió que lo acompañara nadie, más que Pedro, Santiago y Juan, el hermano de Santiago. Llegaron a casa del jefe de la sinagoga y encontró el alboroto de los que lloraban y se lamentaban a gritos. Entró y les dijo: —¿Qué estrépito y qué lloros son éstos? La niña no está muerta, está dormida.

Se reían de él. Pero él los echó fuera a todos y, con el padre y la madre de la niña y sus acompañantes, entró donde estaba la niña, la cogió de la mano y le dijo: —“Talitha qumi” (que significa: contigo hablo, niña, levántate).

La niña se puso en pie inmediatamente y echó a andar; tenía doce años. Y se quedaron viendo visiones. Les insistió en que nadie se enterase; y les dijo que dieran de comer a la niña.

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En el Evangelio de éste día encontramos una situación un tanto común pero no tan buena en el plan de Dios, y es que la mujer enferma, aunque su confianza en Jesús es muy grande pensando que bastaría con tan sólo tocarlo se curaría; de una manera discreta y anómima ella procede.

Más sin embargo es imposible que un milagro pueda ser anómimo, que no implique a ambas partes, ya que la acción requiere de las dos: Dios y la persona. En la mayoría de los casos desearíamos que así fuera, ya que uno obteniendo su sanación de igual manera anónimamente me desaparezco sin compromiso ni agradecimiento alguno.

Eso no lo permite Jesús, y aunque para los demás la búsqueda de esa persona en medio de la muchedumbre descontrolada y eufórica sea un absurdo, la obra de Dios debe completarse con el agradecimiento y la toma de conciencia del don recibido, sobre todo para que éste de más frutos y sea un notorio testimonio de fe en la comunidad.

Además no puede quedar en la pasada el milagro, porque se inició con ello un proceso de fe que culminará en la santidad. Al igual nosotros debemos ser conscientes de que los milagros requieren del mínimo agradecimiento y acción de nuestra parte, pero si no somos capaces de retornar lo mínimo, Dios no deja de hacer el milagro, pero quien no lo permite que obre en su plenitud eres tu. Déjalo hacer su obra en ti, que quien sale ganando eres tu y sin pedirte nada que no puedas dar en lo ordinario de tu vida.

«Lo aprovechas, u otros lo hacen»

«Lo aprovechas, u otros lo hacen»

Mateo 8, 5-17

En aquel tiempo, al entrar Jesús en Cafarnaún, un centurión se le acercó diciéndole: —Señor, tengo en casa un criado que está en cama paralítico y sufre mucho.

El le contestó: —Voy yo a curarlo.

Pero el centurión le replicó: —Señor, ¿quién soy yo para que entres bajo mi techo? Basta que lo digas de palabra y mi criado quedará sano. Porque yo también vivo bajo disciplina y tengo soldados a mis órdenes: y le digo a uno «ve», y va; al otro, «ven», y viene; a mi criado, «haz esto», y lo hace.

Cuando Jesús lo oyó quedó admirado y dijo a los que le seguían: —Os aseguro que en Israel no he encontrado en nadie tanta fe. Os digo que vendrán muchos de Oriente y Occidente y se sentarán con Abrahán, Isaac y Jacob en el Reino de los Cielos; en cambio a los ciudadanos del Reino los echarán afuera, a las tinieblas.

Allí será el llanto y el rechinar de dientes.

Y al centurión le dijo: —Vuelve a casa, que se cumpla lo que has creído.

Y en aquel momento se puso bueno el criado.

Al llegar Jesús a casa de Pedro, encontró a la suegra en cama con fiebre; la cogió de la mano, y se le pasó la fiebre; se levantó y se puso a servirles. Al anochecer, le llevaron muchos endemoniados; él con su palabra expulsó los espíritus y curó a todos los enfermos. Así se cumplió lo que dijo el profeta Isaías: «Él tomó nuestras dolencias y cargó con nuestras enfermedades».

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No dudo en remarcar todas las bendiciones que Dios en su infinita bondad y misericordia a pesar de nuestra constante negativa sigue otorgándonos sin problema de su parte. Podría remarcar tan sólo los bienes y alimentos que pone al alcance de la mano para uso personal, que es lo que más pedimos y en lo que más se centra nuestra mente.

Sin embargo, damos por hecho que la parte de la gracia y la providencia divina está garantizada, y lo es, pero habría que ver si de nuestra parte realmente hacemos un uso provechoso de ellas, porque parece que esas gracias no las valoramos como tal, olvidamos que al mínimo en cada pueblo tenemos de una a dos iglesias donde a díario se celebra la eucaristía y tenemos los sacramentos a disposición.

Cuántos otros no tienen nada al alcance y sin embargo su trabajo aunque a veces no tan bien remunerado nos beneficia cómodamente desde nuestro escritorio, porque son los que producen lo que vitalmente tu consumes.

La cuestión es que todo aquello que hoy se te da generosamente a manos llenas, no se desperdiciará, y si a tí no te importan los bienes espirituales de Dios, otros a quienes menos pienses les serán dados y los aprovecharán con frutos mayores a los que tú mismo has trabajado tan sólo en lo material. Aprovecha, que de ésto no habrá diario.

«Entrega la Ofrenda…»

«Entrega la Ofrenda…»

Mateo 8, 1-4

En aquel tiempo, al bajar Jesús del monte, lo siguió mucha gente. En esto, se le acercó un leproso, se arrodilló y le dijo: —Señor, si quieres, puedes limpiarme.

Extendió la mano y lo tocó diciendo: —¡Quiero, queda limpio!

Y enseguida quedó limpio de la lepra. Jesús le dijo: —No se lo digas a nadie, pero para que conste, ve a presentarte al sacerdote y entrega la ofrenda que mandó Moisés.

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Cuando somos recurrentes a Dios, ya sea a través de la oración, ya sea a través de los sacramentos, nuestra actitud no debería de ser de trueque, es decir de recibir algo a cambio, cuando a lo mejor ni eso se da porque en la mayoría de los casos volvemos hacia Él tan sólo para pedir recibir algo en nuestra necesidad y en una sola vía, la de mi provecho.

A veces nos desilusionamos porque el trueque o negocio con Dios no se llevó a buen fin, claro para nosotros, porque no recibí lo que pedí, pero en realidad sí lo recibiste, ya que la sabiduría de Dios en realidad sabe lo que necesitas y si un dolor te hará crecer, lo permitirá por tu propio bien y no tu detrimento con lo que pides y no te ayuda, ni te hace mejor persona.

Pero además de esas negativas, Dios no deja de ser generoso, pero a conciencia y en real necesidad basada en la verdad. Porque si sabe que el milagro requerido no ransformará tu vida, a tal grado que tu mismo agradecimiento se vea reflejado en tu comportamiento como una ofrenda digna y agradable a Dios, ¿Dónde queda la reciprocidad?, hay que entregar la ofrenda y esa te implica a tí y no tu monedero.

Por ello así como toda compra requiere una factura, todo milagro requiere una ofrenda, y si no estas dispuesto a otorgarla en tu actitud y tu vida, sencillamente el milagro ya se dió pero no a tu gusto para no autoperjudicarte.

«El Nacimiento de San Juan Bautista»

«El Nacimiento de San Juan Bautista»

Lucas 1, 57-66.80

A Isabel se le cumplió el tiempo y dio a luz un hijo. Se enteraron sus vecinos y parientes de que el Señor le había hecho una gran misericordia, y la felicitaban.

A los ocho días fueron a circuncidar al niño, y lo llamaban Zacarías, como a su padre.

La madre intervino diciendo: –¡No! Se va a llamar Juan.

Le replicaron: –Ninguno de tus parientes se llama así.

Entonces preguntaban por señas al padre cómo quería que se llamase. Él pidió una tablilla y escribió: Juan es su nombre. Todos se quedaron extrañados. Inmediatamente se le soltó la boca y la lengua y empezó a hablar bendiciendo a Dios.

Los vecinos quedaron sobrecogidos, y corrió la noticia por toda la montaña de Judea. Y todos los que lo oían reflexionaban diciendo: «¿qué va a ser este niño?» Porque la mano de Dios estaba con él.

El niño iba creciendo y su carácter se afianzaba; vivió en el desierto hasta que se presentó a Israel.

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Dentro de los planes de Dios, encontramos su intervención de manera muy humana con situaciones concretas y personas con nombres y apellidos. Es el caso de Juan, que parecería un preferentismo selectivo, pero no lo es, sin embargo Dios dispone las cosas de tal manera que cuando la persona responde y hace suyo ese mismo plan, entonces se complementa e integra ese proyecto a la perfección porque hay una propuesta y una respuesta concreta.

El texto bíblico utiliza un recurso literario para remarcar la importancia de su persona desde su nacimiento llamado Midrash, el cual se encarga de remarcar con una situación un tanto milagrosa su nacimiento, de ese modo se enfatiza su misión.

Pero en realidad eso no es lo importante, lo verdaderamente importante es su obra concreta y la realización de la misión que le fue encomendada. El resto es sólo literatura, pero su acción fue tan eficaz que hasta el día de hoy y el resto de la eternidad aprovecharemos los frutos de su obra. Ser el precursor de Jesús y prepararle el camino.

Hoy seguimos reconociendo la importancia de su nacimiento, no por lo que podría hacer, sino por lo que hizo de su vida a tal grado de llegar a una total donación que concluirá en medio de la más alta corrupción.

Gocémonos con este nacimiento, que al igual la alegría de un nuevo ser nos inunda con nuestros amigos y familiares cercanos, de igual manera lo hagamos con Juan Bautista que tuvo la misma oportunidad que nosotros, pero con la diferencia que respondió totalmente a lo encomendado.

“…Por sus frutos los conocerán…»

“…Por sus frutos los conocerán…»

Mateo: 7, 15-20

En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: «Cuidado con los falsos profetas. Se acercan a ustedes disfrazados de ovejas, pero por dentro son lobos rapaces. Por sus frutos los conocerán. ¿Acaso se recogen uvas de los espinos o higos de los cardos?

Todo árbol bueno da frutos buenos y el árbol malo da frutos malos. Un árbol bueno no puede producir frutos malos y un árbol malo no puede producir frutos buenos. Todo árbol que no produce frutos buenos es cortado y arrojado al fuego. Así que por sus frutos los conocerán».

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Cuando se nos habla de botánica, nos encontramos con una multiplicidad de árboles y plantas, algunos muy sencillos, algunos muy grandes y frondosos, algunos llenos de flores, otros no tanto, de hecho algunos se nos podrían confundir por su semejanza, pero una prueba irrefutable en la que no hay equivocación, es por sus frutos.

En el campo de la vida ordinaria parece que sucede el mismo fenómeno, cuantas veces encontramos gente que se presenta con un currículo y una personalidad impresionante, excelentemente bien vestida y ornamentada, como esos árboles que dan mucha flor y se ven espectaculares, pero nunca dan frutos, al final sólo basura.

Por el contrario, encontramos una cantidad enorme de personas, que en su apariencia son como esos árboles no tan interesantes visualmente, que parece que ni pintan en el planeta, con flores pequeñas y no tan atractivas, más sin embargo dan la apariencia de que se van a quebrar sus ramas, de la cantidad enorme de frutos que dan, de lo dulces y sabrosos al paladar.

Es por eso muy importante conocer, inclusive en lo religioso que o a quién estamos siguiendo o escuchando, hay que saber distinguir, porque se presentarán tentaciones visuales, donde se sigue a un sacerdote o predicador tan solo por su apariencia externa y lo siguen por todos lados, ya casi nomás falta que firmen autógrafos, cuando no falte ahora mismo ya quien lo haga, o en su defecto ir a la Iglesia tan sólo por el mismo motivo.

Es que ahí hay que ver a quien estás siguiendo: al consagrado o al Señor Jesús quien lo consagró, y sobre todo a quién pretende transmitir. La respuesta es fácil, sus obras y tus intenciones se verán reflejadas en los frutos que deja dicho consagrado, así como los cambios en la santidad que promueva en tu vida.

Al fin de cuentas por sus frutos los conoceremos y por nuestros frutos lo constataremos y nos conocerán.

“Las perlas no son para los cerdos”

“Las perlas no son para los cerdos”

Mateo 7, 6.12-14

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: «No deis lo santo a los perros, ni les echéis vuestras perlas a los cerdos; las pisotearán y luego se volverán para destrozaros. Tratad a los demás como queréis que ellos os traten; en esto consiste la ley y los profetas. Entrad por la puerta estrecha. Ancha es la puerta y espacioso el camino que lleva a la perdición, y muchos entran por ellos. ¡Qué estrecha es la puerta y qué angosto el camino que lleva a la vida! Y pocos dan con ellos».

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Hay que tener en cuenta que el proceso de madurez en la vida de cada persona varía exponencialmente, aunque tengan los mismos estudios y la misma edad, ya que eso no es garantía, es muy distinto el desarrollo emocional, el desarrollo intelectual, el desarrollo físico, el desarrollo espiritual y por ende la madurez como cúspide del proceso.

De igual manera los intereses en cada quien distan en la misma proporción y quizá un poco mas ya que aquí entran los gustos y las tendencias. Más si hemos iniciado un proceso Kerigmático de evangelización que inicia con el bautismo, se afianza en la confirmación y se complementa con las catequesis que van desde la infancia hasta la edad adulta, porque de igual manera se cultiva la fe, entonces depende en el peldaño que vayas será lo mayormente comprensible la fe.

Con esto no quiero decir que se es o se consideran más importantes, al contrario, vamos en el mismo riel y siempre será Dios novedad mientras deseemos estar más cerca de Él no importa la preparación, por lo que hay que saber participar de la misma fe en el nivel que se encuentre la otra persona, ya que no le podemos exigir a un pagano que no conoce a Dios que se porte como a quien no se le dificulta ya la oración y comunión profunda, ni sin miedos a realizar la caridad.

Si exigimos algo que no conocen de raíz, corremos el riesgo de que no lo valoren o se sientan atacados, reaccionando defensivamente con ofensas que podrían rallar en la blasfemia, más aun nosotros seríamos los imprudentes que expondríamos la fe al insulto.

Si sabes que te van a atacar, no seas tú quien les provoque, porque las perlas no se le dan a lo cerdos, las pisotearán en su propio cieno, esos animalitos ni las conocen ni las aprovechan, analógicamente a quienes no valoran la fe hay que darles algo más ligero y digerible, para que al final se den cuenta del tipo de perla que están recibiendo.